Juan Alonso
Gestor Cultural
Distopía de libertad
Lo contrario de los escenarios utópicos tiene que ver con las distopías, y ambos conceptos tienen que ver con la construcción de futuros políticos imaginarios que, según el punto de vista del observador, resultan deseables e idílicos, o una pura pesadilla. Utopía es el nombre de la isla-ficción de Tomás Moro, donde crece un Estado democrático de un exotismo solo posible en el tiempo de los grandes descubrimientos.
Hoy en día, más que con la utopía estamos familiarizados con los relatos distópicos a través de la literatura, el cine o la televisión. ¿Quién no ha leído “¿Un mundo feliz” de Aldous Huxley, o quién no ha seguido la adaptación televisiva de la novela “El cuento de la criada” de Margaret Atwood? Mundos gobernados por poderes amenazantes que subyugan al ser humano y lo convierten en un bulto irrelevante dentro de la masa.
En el siglo XXI hay liderazgos políticos que en sus diatribas -y sus twitter– deslizan mensajes de miedo hacia el oponente ideológico, vaticinando futuros distópicos. En plena deriva global hacia el capitalismo tecnológico y científico más montaraz, nos advierten sobre la amenaza de un colectivismo ideológico social-comunista que aspira a intervenir el mercado, a adoctrinar en la privacidad de las familias, y a poner en peligro las libertades individuales y la herencia de la abuela. Y todo ello a pesar de la realidad.
La realidad es que hoy en día ya no existen Estados o poderes políticos todopoderosos -salvo anécdotas norcoreanas-, porque en el orden mundial actual no puede sobrevivir un Estado que no se pliegue al entramado de multinacionales, agencias de calificación, plataformas tecnológicas, instituciones financieras, grupos de comunicación, organizaciones militares o lobbies económicos construidos sobre la libre circulación del capital y el consumo elevado a la enésima potencia.
Tras la caída del muro de Berlín -a finales de los 80- y la consiguiente disolución de la opción totalitaria comunista soviética, no existe alternativa alguna al modelo de poder ultraliberal dominante; dicho de otro modo: la única distopía factible en la actualidad solo puede construirse sobre el capitalismo salvaje. Quien pretenda asustarnos con una supuesta amenaza distópica bolivariana juega al despiste, y oculta la verdad de los nuevos desafíos de nuestro tiempo.
Los Estados siguen ahí planificando y legislando, pero siempre conforme a los preceptos del nuevo Leviatán neoliberal: las desregularizaciones, las privatizaciones y los recortes. Sin políticas estatales de redistribución de la riqueza (empleo estable, ingresos dignos, servicios y prestaciones sociales de calidad, impuestos al beneficio y a los privilegios sucesorios…), el disfrute de la libertad queda reservado a las minorías que se oponen a la regulación del mercado.
Sin niveles avanzados de igualdad económica y de oportunidades no cabe utopía posible; solo ese trampantojo distópico que algunos maquiavelos llaman libertad.