27 de diciembre 2023

Juan Alonso
Gestor Cultural
Participación ciudadana y vecindad
No existe una sociedad que pueda ser tenida por «moderna», si no profundiza en ese valor incuestionable que denominamos «participación ciudadana». Las constituciones liberales de los estados sociales como el nuestro -tal y como ocurre en el resto de Europa-, reconocen a la ciudadanía el derecho de participación en la vida pública a través del voto. Al menos, del voto.
A esa expresión de mínimos, la letra y el espíritu de las leyes añaden la necesidad de involucrar al ciudadano en el proceso de toma de decisiones de su entorno, siendo el ecosistema local allí donde más fácil resulta concretar el significado de la «participación». La posibilidad de participar exige cercanía, y qué más cercano a todos nosotros que nuestra propia ciudad o municipio, nuestra comarca, el territorio local.
Dejar de pensar que cuanto nos compete termina en el felpudo de la república independiente de nuestras casas, es una exigencia de los tiempos que corren. Implicarse de una u otra forma en la gobernanza cívica -no necesariamente política- de cuanto nos rodea y nos influye, es una necesidad social de todos aquellos que nos reconocemos como parte de algo; por ejemplo, una barriada.
El movimiento vecinal, en un país profundamente tradicional como el nuestro, con frecuencia se canaliza a través de la celebración: una cruz de mayo llegado el momento, un árbol de Navidad con sus bolas, una barra en honor al santo patrón del verano, una procesión de cofradía en torno al centro parroquial… Son eventos comunitarios que refuerzan la identidad más conservadora de la gente con su vecindario, basados en la práctica de la costumbre, pero ¿son actos de participación ciudadana?
Quiero pensar que la gente, en donde sea, pero también en los barrios, asimismo es capaz de identificarse alrededor de anhelos comunes. Que el futuro también aglutina. Pensar que la ciudadanía encuentra canales de participación en sus barriadas persiguiendo objetivos compartidos que mejoren su vida más inmediata: un parque para el encuentro de los perros y los niños, unas aceras libres de barreras arquitectónicas, un centro escolar público y dotado, un comercio de proximidad para lo más necesario.
Si hablamos de participación vecinal y no de otra cosa, los residentes del barrio deben organizarse para cooperar críticamente con el poder local, aportando ideas y propuestas lúcidas y realistas, pero permaneciendo vigilantes y activos ante el olvido o la dejadez, o ante la injusticia y el desequilibrio social y urbano. También los poderes locales tienen obligaciones para con los colectivos de barrio: mediante la escucha activa -como método-, deben confrontar sus proyectos con la vecindad, no para cumplir el expediente, sino con ánimo transparente y generoso, propiciando confianza más allá de ciclos electorales.
Dicho lo cual, y como pasaba por aquí, quiero felicitar a mis vecinos y compañeros de la Asociación vecinal El Taxi-Mesón de Arroyo. Llevamos siete años de esfuerzo e interlocución con el ayuntamiento de Loja, la Diputación Provincial y otras asociaciones “aliadas”, para propiciar mejoras justas en el sector más occidental de nuestra ciudad: las obras de transformación de la calle Real ya tienen colocada su primera piedra, y nos congratulamos de haber sido útiles y tenaces.
Todavía la estación de autobuses del Mantillo, que debe ser el primero de los equipamientos públicos que se instala en aquella zona -esta zona para nosotros-, sigue siendo una infografía virtual y una promesa mediática con estudios geotécnicos. Todavía no es plena la instalación de familias en los bloques de promoción pública de VISOGSA (Diputación de Granada), para garantizar el crecimiento residencial del barrio con población trabajadora y normalizada. Seguimos atentos y colaboradores, con ánimo constructivo y exigente, y sin convocar una fiesta, ni tirar un cohete.