4 de marzo de 2023

Juan Alonso
Gestor Cultural
Buenos días, diferencia
Los vimos celebrar la derrota de su selección de fútbol en Qatar como si de una victoria se tratase, porque fue meritoria. Los vimos en las terrazas de nuestros bares. Ellos estaban en las terrazas de los bares, entre ellos, compartiendo la ilusión de ser grandes. Celebran, como nosotros, las mismas cosas que nosotros, por ejemplo, un gol con una cerveza. Imagino que ellas estarían en la habitación principal de sus casas, donde el televisor, conteniendo y animando -al mismo tiempo- el ímpetu de la chiquillería.
Por las aceras de mi barrio en las afueras, grupos de hermanos y vecinos me adelantan, parlanchines, camino del colegio, caminando siempre por delante de sus madres. Los escucho -divertidos-, mezclar frases árabes y castellanas con euforia de niños. Todas las palabras en sus voces parecen alegres. Muchos habrán nacido aquí, pero parecen sentir la tierra de sus padres como propia, igual que nuestros padres nunca dejaron de sentir las cosas de su pueblo allá donde migraron, fundando casas de Andalucía -o de La Mancha- en Bruselas, en París o en Barcelona.
Esa muchachada feliz y disciplinada, que se educa en los mismos colegios que nuestros hijos, aprenderá las cosas del lugar que habita, y las interiorizará en sus rutinas culturales como propias, sin perder por ello su singularidad de origen. Algunos de esos niños/as serán rebeldes, cuando adolescentes, como fuimos nosotros, y confrontarán los usos familiares para reivindicar prácticas menos apegadas a su tradición, y más cercanas a esta otra. Y las adoptarán a su modo -enriqueciéndolas-, y será su derecho, como es el mío y el tuyo, hacerlo desde cada particular punto de vista.
Cuando saco a mear a la perra temprano, me encuentro a diario a sus padres y sus hermanos mayores en las rotondas de El Taxi, esperando el coche que los lleva a la aceituna, al espárrago, o a lo que disponga la temporada agrícola. Luego los veo llegar de vuelta, al final de la jornada por la tarde, cuando me toca salir a golismear de segundas con Tula. Salen de coches desvencijados, propiedad de cualquiera de ellos, se despiden cansados, se dispersan y vuelven a sus casas y a sus asuntos, igual que yo.
Han venido del Magreb, mayormente, y están aquí para repoblar las calles y las barriadas de nuestros pueblos, aquellas que nosotros no queremos y que dejamos caer en la ruina y la devaluación. Están aquí para recoger las cosechas que nos alimentan con el sudor de su frente, y en muchos casos, con la explotación de sus manos. La decadencia de los pueblos tiene esa cosa de la despoblación, y su resurgimiento solo puede venir de la mano de repobladores llegados de fuera. El paisanaje social de nuestros pueblos se está repoblando con otras lenguas y otras creencias. Y me parece saludable.
Me cruzo con ellos a diario por las calles de mi barrio y los saludo, aunque no sé cómo se llaman, y ellos responden. Hasta luego en el lenguaje universal de la cercanía significa que no hay casualidad en el encuentro, que volveremos a vernos porque somos vecinos y compartimos espacio. No me disgusta el ambiente de diversidad que le aporta la inmigración a mi barrio y a mi ciudad. Y soy muy consciente de que, para evitar los guetos y las reservas, al margen -y además- de las políticas públicas de integración, nada como desear buenos días y decir hasta luego.