José María Martín
Trovador en la Última Frontera
Sin pellizco no hay encuentro
No sé si será la edad,
o una falta de humildad,
o, tal vez la frivolidad,
que cualquier tiempo pasado,
no pueda ser mejorado.
Pero he de criticar.
Siento llevar la contraria,
pues no estoy acostumbrado
a la alabanza tumultuaria.
Lo hago con mi sentimiento,
y no con el pensamiento.
Por eso he de criticar.
Vaya por delante mi aprecio,
a quien trabajó sin precio,
perdiendo horas y tiempo,
para que a la calle saliese,
tan considerado evento.
Mas, yo he de criticar.
Por lo pronto el Jueves Santo,
eché de menos los golpes
que los horquilleros daban
al Cristo de los Favores,
cuando por la calle Tamayo,
con los cables se encontraban.
Eso de: “muchachos, al brazo… ooh”,
y después tos: “a la mano… ooh”,
ver bajar a Jesús un pedazo,
para que luego tos a una:
“al hombro”, de un plumazo.
No sé si han subido los cables,
o es que han bajado las calles,
pero, con achantarse una mijilla,
han pasado los obstáculos,
de manera más sencilla,
pero menos vistosilla.
Y esa emoción de los golpes,
al Cristo de los Favores,
que daban sus horquilleros,
lo mismo que su silencio,
que ni siquiera ha existido,
espero que no se haya perdido.
Y ya en el Mesón de Arroyo,
a quien pone tantas leyes,
y le va imponer la disciplina,
sí son las diez, son las diez,
que luego se hace de noche,
y hay que ponerle el broche.
Primero, Santa Marcela,
¿Por qué iba sin su armao?,
pa que el paso le marcara,
un paso alegre, acelerao,
que ese tío, Puche-Puche,
sin descanso le tocara.
También, el toque de hoy,
no es el que ha sido siempre,
para empezar y terminar,
tenía sus partes, sus golpes
que estaban bien definidos,
y no es este tan anodino,
tan monótono y cansino.
Y cuando llegó Jesús,
que pensaba era el único
que se había librado de la fiebre
de echarle peso a los tronos,
pa parecernos a Sevilla, seis,
a Málaga, o ustedes sabréis.
Se me cayó el mundo al suelo,
pues era que no lo veía,
entre tanto candelabro,
ahora son los arbotantes,
son típicos malagueños,
recargados y rimbombantes.
Venga barras a los palios,
más candela y bambalinas,
y los varales más largos,
que quepan más horquilleros,
que con los que siempre hubo,
no pueden tirar del trono.
Por lo pronto, ya tienen patas,
las horquillas, no sostienen,
nada antiguo se rescata,
cada vez uno más grande,
más hermanos van portando,
y van menos alumbrando.
¿Qué falta hacían to estos cambios?
¿Por qué perder nuestra esencia?
Que nuestros tronos son chicos,
con el alma de sus horquilleros,
para mí son los más ricos,
además, de los más bonicos.
Otra cosa que me mata,
y echo por las callejuelas,
para no verla siquiera,
el tenderete que montan,
y a la que llaman tribuna.
¿Qué tribuna?
en Loja no hay tribuna,
¿Cuándo hubo en
Loja una tribuna?
En Loja, no hay tribuna.
Que no sé lo que allí hacen,
que, cuando sale la Virgen,
lleva una hora esperando,
Jesús en la calle el Pilar,
y Santa Marcela ha llegado
a lo de Rafalillo, al bar.
Donde, mi amigo Emilio,
supongo que en un despiste,
dijo “al brazo” y seguidamente,
“a la mano”,
corrigiendo rápidamente,
dejándonos perplejos,
a los que no estábamos lejos.
Otra cosa que no he visto,
a la gente el Barrio Alto,
metida bajo los tronos,
para dar algún descanso.
Y no fue por una puja,
la culpa de una burbuja.
Y un encuentro sin pellizco,
no es encuentro, es reunión,
donde no hubo sentimiento,
solo fue una concentración.
Y ahí pegaba muy bien,
lo que el gran Pepe Lizana,
del Viernes Santo decía,
tal y como él lo definía,
decía que el Viernes Santo en Loja,
era una desorganización,
muy bien organizada.
Pues eso era el encuentro:
Músicos, tronos, horquilleros,
hermanos y nazarenos,
gente de calle, incensarios,
los más nuevos, los más viejos,
los niños y los ancianos,
tantos y tan apretujados,
todos en mitad la Carrera,
sin órdenes y sin consignas,
sabiendo lo que hay que hacer,
y, haciéndolo cada uno,
sin que nadie se lo diga,
porque eso es el saber.
Ya cantan los incensarios,
y pasa Santa Marcela.
Viene Jesús, Cruz y Cuadro,
se encuentra con la Verónica,
su cara limpia en su tela.
Suena el Amplium, no se sabe
de dónde sale la música,
pero la música suena.
Otra saeta a la Santa,
otros Incensarios cantan.
Por aquí viene la Virgen,
estos hacen Cruz y Cuarta,
ahora suena el Miserere,
y el vello se te levanta.
Jesús con su Madre enfrente
y todos los horquilleros,
mecen los tronos a una,
que parecen que bailaran.
Y ahora es el Calero,
quien una saeta Canta,
y suenan vivas y palmas,
Y suena el Stábat Mater,
las lágrimas ya se te saltan,
el sudor cae por la frente,
y más vítores y palmas.
El vello sigue de punta,
y un nudo en la garganta,
y aquello va discurriendo,
todo follón y el estruendo,
casi sin que te des cuenta,
ya va por la Cuesta Campos,
para el puente va fluyendo.
Todos han hecho lo que saben,
nadie sabe lo que ha hecho,
los pies, vuelven a tocar el suelo,
sientes que has estado un palmo,
mucho más cerca, del cielo.
Otra cosa que se ha perdido,
Y que hay gente dispuesta
para recuperarlo de nuevo,
son, el viernes por la noche,
el toque los tambores negros.
Ahora voy con los incensarios.
¿Cuándo se ha visto señores,
a los incensarios viejos,
hacer palmas a los nuevos?
Si estos solo venían,
pa criticar lo que veían.
Decirles “ocho”, al navetazo,
o, “estamos tos”, al zapatazo.
Y, si alguna vez conseguías,
que nadie te dijera nada,
y algún “bien” por los bahines,
solo lo que se escuchaba,
era, que bien hecho estaba.
Ahora se ha puesto de moda
lo de aplaudir incensarios,
da igual que lo haga bien,
regular, peor, mal o fatal,
ustedes no se preocupen,
que un aplauso tendrán.
Los incensarios eran
vistos y no vistos,
nada de estar en la calle,
siempre en casas o interiores,
siempre con mucho respeto,
al discurrir de las procesiones.
Cuando andaban iban deprisa,
siempre raudos y veloces,
las procesiones recorrían,
llegaban y del sitio no se movían,
el maestro, era quien mandaba
y era este el que decía,
donde ellos incenciaban.
Yo los he visto escarriaos,
asustados y ramplones.
Pa mi gusto, con más genio,
cómo han estado los negros.
Pero, pa gustos, colores.
Pues aquí os dejo señor@s,
parece que me he explayao.
Y hasta el año venidero,
que os vuelva yo a escribir,
otro nuevo romancero.
Espero que me perdonen,
si alguien se siente ofendido,
lo hice sin acritud,
he puesto lo que he sentido.
Y si por escribir este romancero,
la Agrupación de Hermandades,
me castiga otros diez años,
saldré ya con setenta y nueve,
si es que hace sol y no llueve.