Juan Alonso
Gestor Cultural
Patos sin agua
Más de las dos terceras partes del peso de los seres vivos es agua. La vida es agua. La bola azul del mundo, agua. El Poniente Granadino es agua también: aliento de caño en Montefrío, murmullo de musgo en un sótano de Zafarraya. ¡Qué gusto el agua! Agua de balneario en Alhama, agua de Infiernos de Loja, agua bendita de iglesias neoclásicas en Montefrío, Algarinejo y Villanueva de Mesía, agua de viejas harineras y martinetes en Riofrío.
No obstante, el paisaje desértico avanza. El cambio climático, con la falta de agua, el aumento alarmante de las temperaturas y los incendios forestales de sexta generación lo viene anunciando. Según el Ministerio de Agricultura, casi un 74% del territorio español es susceptible de desertización por razones climáticas. Según el sistema de monitorización de la mortalidad diaria (MoMo) del Instituto de Salud Carlos III, en los tres primeros días de la ola de calor de mediados de julio se han registrado 84 muertes atribuibles a las altas temperaturas.
En Andalucía ya no es una susceptibilidad, si no un hecho, que más del 50% del territorio se encuentre en riesgo alto o muy alto de desertificación, añadiendo a las causalidades climáticas factores de depredación del paisaje: sobrecarga turística, presión urbanística, regadíos ilegales y un largo etcétera. Esto del agua y la desertificación ya ha pasado de castaño a oscuro en Andalucía, con los embalses al 31,65% de su capacidad a 12 de julio.
Pienso si quizá un día seremos beduinos bajo la saya blancoazul del secano irremediable. Sobre la chepa de los camellos aprenderemos la higiene austera del salivazo, el enjuague del gato y la cosmética del orín en las manos. La línea amarilla y desértica de los mapas excedió hace tiempo el Mediterráneo en su migración imparable hacia las tierras del norte, y crece ahora desde todas partes -y en todas direcciones- por tierra, mar y aire, sembrando alertas rojas en Londres, calimas en París y canículas en Dinamarca. El fenómeno es global.
Esta misma mañana leo en la prensa granaína que el ayuntamiento de la capital ha prolongado las horas de funcionamiento de las fuentes “recreativas” de la ciudad, para jolgorio de los muchachos y vanagloria de sus ediles. Que Dios les conserve la vista. Nada más malbaratado que el agua, aún a las puertas de un secano hebreo en esta nueva Era de la zafa. Tengo la impresión de que retornaremos al caño único y colectivo de la plaza, a la fe del goteo y a la sed primitiva.
Nuestros abuelos no volverán a flotar chiquillos y desnudos como un Adán bajo los puentes. Los más afortunados de nuestros hijos avistarán incrédulos el fósil extinto de las truchas en las vitrinas de los museos de ciencias naturales, pero los más de todos ellos sabrán de los refugiados climáticos y las ballenas varadas por algún relato youtuber. Mientras, esta generación transitoria que somos nosotros, hacendosos excavadores de piscinas privadas, miraremos atónitos un devenir sin agua ni misericordia del cielo que nos valga.
El agua que nos mantiene vivos es cada vez más escasa, pero también es menos aprovechable, más pútrida. La virgen de la Cueva descuidó su umbría de altura y de liquen para poblar la boca cenagosa de los colectores, el motor bronco de las depuradoras y los lavaderos de coches, el secreto verdín de las cisternas container. No hay podredumbre que no arrastre el río, no existe daño o miseria que no sedimente un pantano, no hay mensaje de socorro que no sea capaz de olvidar una botella arrojada al mar.