El 6 de septiembre de 1522 la nao Victoria arribaba al puerto de Sanlúcar de Barrameda. La maltrecha embarcación llevaba a bordo tan solo 18 de los más de 250 hombres que habían partido tres años antes
El 6 de septiembre de 1522 la nao Victoria arribaba al puerto de Sanlúcar de Barrameda. La maltrecha embarcación llevaba a bordo tan solo 18 de los más de 250 hombres que habían partido tres años antes en busca del paso de la Especiería: el capitán Elcano, los contramaestres Francisco Albo, Miguel de Rodas y Juan de Acurio, el sobresaliente Antonio Pigafetta, el barbero Hernando de Bustamente, el lombardero Hans de Aquisgrán, los marineros Diego Gallego, Martín de Iudicibus, Nicolás de Nápoles, Miguel Sánchez, Antonio Hernández Colmenero, Juan Rodríguez y Diego Carlona, los grumetes Juan de Arratia, Juan de Santander y Vasco Gómez, y el paje Juan de Zubieta. Junto a ellos, llegaron también al menos tres indígenas de las Molucas.
Consciente de la increíble gesta que acababa de culminar, llena de sufrimientos y proezas, el capitán Juan Sebastián Elcano se apresuró a escribir dos cartas al rey, el entonces ya emperador, Carlos V.
En la primera misiva, el primer documento oficial que testimonia la vuelta al mundo como recuerda la archivera María Antonia Colomar, lejos de poner el acento en la preciosa carga de clavo que traía en sus bodegas, Elcano reflejó los logros alcanzados: “(…) hemos descubierto toda la redondeza del mundo, yendo por el occidente e veniendo por el oriente”.
En la segunda carta, fiel a su tripulación junto a la que había arriesgado su vida para culminar con éxito este “viaje infinito” –en palabras del historiador y profesor Jose Calvo Poyato–, Elcano suplicaba al rey que hiciese las gestiones oportunas para que fueran liberados los otros trece tripulantes que, tras más de cien días de durísima navegación por el Índico y el Pacífico, habían sido hechos prisioneros por los portugueses al hacer una escala para conseguir agua y alimentos en Cabo Verde.
Al mismo tiempo que enviaba estas cartas a la corte de Valladolid, un correo llevaba la buena nueva a Sevilla. Dos días después, el 8 de septiembre de 1522, un jubiloso toque de campanas de las iglesias daba la bienvenida a Sevilla a este grupo de hombre famélicos que, como señala el profesor Salvador Bernabéu Albert de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, “por primera vez en la historia de la humanidad habían surcado los tres grandes océanos del planeta dando a conocer la auténtica dimensión del globo”.
De este modo, tras recorrer 46.270 millas marinas (85.700 kilómetros), una travesía en la que emplearon nada menos que 1.084 días, estos 18 hombres no solo entraban en el puerto de Sevilla, sino que lo hacían “para siempre en la historia y en la eternidad”, como sentencia el gran experto en esta expedición, el investigador Tomás Mazón Serrano.
“En 1519, en el momento de la partida de la Expedición Magallanes-Elcano, nadie se planteaba siquiera la posibilidad dar la vuelta al mundo. El objeto del viaje no era otro que la enésima reedición del proyecto colombino de llegar a Asia navegando hacia Occidente. Sin embargo, forzados por las circunstancias y, ante la constatación de que, en realidad, la Mar del Sur era inmensamente más grande que lo presupuesto, la Victoria optó por un rumbo de vuelta insólito que culminó en un éxito asombroso”, explica Guillermo Morán, subdirector del Archivo de Indias.
El viaje supuso un gran logro geográfico y científico, por sus numerosos descubrimientos terrestres, marítimos y astronómicos; económico, pues las 28 toneladas de especias que portaron en la bodega fueron suficientes para pagar el total del costo de la Armada de cinco naves; y político, ya que España reclamó las Molucas como propias ante el Reino de Portugal en un contencioso geopolítico que duró más de un lustro y marcó toda una época.
Pero su importancia fue mucho más allá. Basta con señalar que se tardó más de cincuenta años en repetir la hazaña –lo haría Francis Drake en 1580– para dejar patente la importancia de una expedición que abrió las puertas al fenómeno de la “primera globalización”, “primera mundialización” o “globalización temprana”.