Bea Gallego
Trabajadora social, educadora y experta en violencia de género.
Desmitificando la violencia sexual
Cuando hablamos de una violación, el imaginario social nos lleva a un callejón oscuro por el que andamos solas y a altas horas de la madrugada y desde donde somos increpadas por un hombre con capucha de cara prácticamente irreconocible. ¿Y qué es si no la violencia sexual? En palabras de Rosa Cobo¹, “es un poderoso mecanismo de control social que impide a las mujeres tanto apropiarse del espacio público como hacer uso de su autonomía y libertad”. Pero nos sorprendería saber que este tipo de abusos se dan en mayor medida en un ambiente familiar o de pareja.
¿Es que la víctima permite estos abusos? De ninguna manera. En la mayoría de los casos -cuando esta violencia se desata por parte de nuestras parejas, normalmente hombres cishetero-, ni siquiera somos conscientes en ese momento de que se está produciendo, pero va dejando mella en nosotras y en nuestras formas de relacionarnos con los demás.
Cuando hablamos de una violación el imaginario social nos lleva a callejones oscuros por el que andamos solas, pero la mayoría de casos de abusos o violaciones se dan en mayor medida en un ambiente familiar o de pareja.
Tener relaciones sexuales antes de sentirnos preparadas por la presión que nuestra pareja y la sociedad ejerce sobre nosotras; ceder (aunque no nos apetezca) a la hora de tener relaciones en un momento dado por miedo a que la otra persona se enfade; realizar prácticas que son incómodas o dolorosas para nosotras por tal de complacerlo a él, son solo algunos de los ejemplos que pueden esclarecer esta cuestión. La presión explícita o el miedo al rechazo si no hacemos lo que nos imponen es una forma clara de violencia sexual.
No serían pocas las mujeres que podrían contestar, a día de hoy, que han sido violadas o abusadas sexualmente por sus parejas o exparejas.
Esto siempre ha ocurrido pero ahora somos capaces de verbalizar y reconocer, pese al dolor que nos supone, por el conocimiento cada vez mayor sobre nuestros derechos y libertades. Puede ser gracias, en parte, a las cadenas de apoyo que hemos ido realizando las mujeres con la estrategia del conteo para sacar a la luz lo que hasta ahora era totalmente invisible. Movimientos como el Me too han dado la vuelta al mundo con testimonios de mujeres que han sufrido abusos y ahora utilizan su voz como estrategia en la lucha feminista. Como decía Celia Amorós²: “En feminismo, conceptualizar, poner nombre a las cosas, es politizar”.
Esta característica intrafamiliar de la que hablamos dificulta que las víctimas decidan denunciar los hechos, por el vínculo afectivo y por el shock que supone que una persona que supuestamente debe respetarte abuse de ti. Este shock puede paralizar a las víctimas durante meses o incluso años
Esta característica intrafamiliar de la que hablamos dificulta que las víctimas decidan denunciar los hechos, por el vínculo afectivo y por el shock que supone que una persona que supuestamente debe respetarte abuse de ti. Este shock puede paralizar a las víctimas durante meses o incluso años. Cuando se ven listas para contarlo ante las autoridades, muchas veces el transcurso del tiempo dificulta la credibilidad de la versión de la víctima. Y el sistema judicial patriarcal y arcaico con sus leyes difusas no ayuda.
Además, la violencia sexual puede estar presente en casi todos los ámbitos de nuestras vidas, por eso saber identificarla y darle la importancia que se merece puede salvarnos de muchas situaciones de riesgo y, a su vez, generar un discurso crítico en la sociedad en torno a esta cuestión durante siglos silenciada.
Hablemos por ejemplo, del acoso callejero y la vulnerabilidad que sentimos las mujeres cuando andamos por la calle sin un hombre al lado, del acoso sexual laboral que, según Begoña Pernas³, “es un indicador patriarcal porque es fruto de un imaginario y unas prácticas que facilitan y legitiman ciertas exigencias de los varones sobre el trabajo o el cuerpo de las mujeres”.
También de formas más recientes de coacción como el sexting o envío de contenido sexual online con el cual se puede extorsionar a la víctima. Podemos decir que lo que tienen en común estas manifestaciones es que se realizan en una mayor proporción desde hombres cishetero hacia las mujeres y, por lo tanto, es una cuestión de género que tenemos que abarcar desde ahí. Según el Estatuto Nacional de Estadística, en 2020 se registraron 477 delitos sexuales, de los cuales 472 fueron cometidos por hombres. Aunque los medios y la forma en la que está establecida la ley nos pueda llevar a dudar de la víctima -provocándole dobles victimizaciones en su proceso-, los datos hablan por sí solos de forma objetiva.
Si estás sufriendo alguno de estos tipos de violencia, debes de saber que el número de teléfono 016 atiende a las víctimas de forma gratuita y confidencial y presta servicio en 53 idiomas. También puedes informarte a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y tener asesoramiento y atención psicosocial enviando un WhatsApp al 600 000 016. Si eres menor, puedes dirigirte al teléfono de ANAR 900 202 010.
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