Juan Alonso
Gestor Cultural
Tipos ejemplares
La ejemplaridad parece la más difícil de las virtudes humanas. Un compendio de cualidades. Un imposible. Ser ejemplar es una característica solo al alcance de quienes disponen de periodistas en nómina, empresarios testaferros, amigos mamporreros o jueces agradecidos todavía menos ejemplares que uno mismo, con quienes enmascarar las debilidades propias.
Para aspirar a una apariencia ejemplar hace falta un reino, o una candidatura a algún tipo de poder que no sea tuyo y que mantengan otros, o ser obispo de provincias con delegación de providencias morales. Y aún así, mira Juan Carlos, después de haber contado con la complicidad silenciosa de todos los resortes de la historia y del Estado durante las décadas de la Transición Española.
Imagino que ser ejemplar allí en la cumbre debe resultar una empresa inabarcable que tarde o temprano te estalla en el bolsillo o en la bragueta; un explosivo de relojería adherido a la zona media del cuerpo, que es donde se acumulan la grasa de la codicia y la tumefacción de las bajas pasiones.
Que la ejemplaridad finalmente se derrita en las cumbres no deja de ser una liberación para el común de los mortales. Para la gente corriente la ejemplaridad solo pasa por pensar dos veces las cosas que haces delante de tu hijo y editar un avatar en el Instagram que no se detenga demasiado en nuestras miserias privadas, en las perversiones íntimas que nos avergüenzan, en el tremor de las tripas ante el ayuno o el sedimento que deja la vida en el reverso de las alfombras.
La ejemplaridad de los de abajo puede incluso que fuera un atributo insoportable por lo que requiere de impostura permanente. Al fin y al cabo, lo ejemplar siempre lo es en función de unos valores dominantes que exigen ausencia de rebeldía y exceso de mansedumbre; y esas no son virtudes sociales en la gente corriente, más bien son pecados capitales.
Si a pesar de tu insignificancia -de tu ausencia de poder- estás empeñado en ser un tipo ejemplar sin tapujos, ten en cuenta que necesitas la admiración de una madre y la adhesión de una familia política conservadora. Si lo piensas bien, quizá demasiado peso para unas pobres espaldas sin la armadura suficiente.
No desesperes. Si eres consciente de tus imperfecciones íntimas o públicas preocúpate solo de que no dañen en exceso. Y si dañaste aprende a vivir con ello y con tu culpa; muy probablemente la vida no es el camino de perfección que imaginaste. Desde tu falta de ejemplaridad, siempre puedes consolarte observando del descrédito de las cumbres.