Juan Alonso
Gestor Cultural
¿Por qué se cae un conjunto histórico?
Los habitantes de pueblos -y agrociudades- observamos con preocupación la decadencia demográfica y comercial primero, luego urbanística y finalmente social que amenaza con marginalizar a nuestros centros históricos. El declive ya no es una apreciación subjetiva de los agoreros de aquí o de allá, es un fenómeno generalizado que se puede constatar con indicadores de todo tipo y en muchos lugares.
La economía de mercado elevada a la enésima potencia nos arrastra hacia los núcleos capitalinos porque nuestra vocación consumista solo se perfecciona entre los escaparates de sus calles -ocupadas por las franquicias en auge- y en sus grandes superficies de compra/venta. También se depura en la deslocalización comercial de los “non site online” de televenta, que están trasladando los grandes centros de transacción al salón minorista de nuestros domicilios particulares, donde la wifi.
La sobreoferta de suelo residencial en las plácidas periferias de nuestros pueblos ha producido -además- la proliferación de urbanizaciones en las afueras (en el caso de Loja el Bujeo, El Viso, Las Peñas, Cerro Vidriero…). Este fenómeno ha propiciado primero la inversión inmobiliaria en promociones de nueva planta en detrimento de la rehabilitación de obra antigua, y en segunda instancia el éxodo poblacional desde el centro al extrarradio, con consecuencias conocidas.
A ello ha contribuido un contexto normativo muy exigente en materia de conservación patrimonial, poco adaptado a la particularidad local, y en algunos casos obsoleto o inacabado. Esta anomalía normativa (ya sea por exceso o por defecto) no es universal en todo caso, como prueba el hecho de que existan localidades andaluzas que han conseguido compatibilizar el respeto a la norma con una dinámica razonable de oferta/demanda inmobiliaria hacia los espacios históricos de las ciudades, dotados del valor añadido de la centralidad.
No solamente el traslado residencial -de viviendas y familias- hacia espacios periféricos; también el desarrollo económico puede ser desplazado desde los centros comerciales tradicionales propios de los cascos históricos, hacia lugares ex novo. Una adecuada confabulación de sinergias en la inversión público/privada puede propiciar la sustitución del modelo comercial central por nuevas zonas de servicios, de lo cual también tenemos un claro ejemplo en nuestra ciudad, donde el este urbano se desarrolla exponencialmente, a costa de un déficit inversor en el centro y la ciudad oeste.
La orografía irregular tampoco contribuye a generar ecosistemas urbanos amables y apetecibles en los centros históricos más montaraces. La angostura de parcelarios y viales, la indisposición de ensanches que faciliten la actividad social y vecinal… Los centros históricos desarrollados fuera de la amplitud de las campiñas, si además se consagran al coche y no al peatón, acaban configurando una sucesión de “calles garaje” muy incapacitantes desde el punto de vista de la movilidad y el agrado.
Hay ciudades en las que por alguna razón sociológica o económica que deberán explicar los historiadores, los herederos de la burguesía agraria local no se han sentido suficientemente identificados con sus grandes casas familiares, frente a otros núcleos en los que la “casa ascendente” si ha constituido un elemento de orgullo propietario e identidad de clase. La fragmentación de esos patrimonios heredados -con la descapitalización que ello conlleva- ha conducido al desacuerdo entre legatarios para hacerse cargo del mantenimiento de esas casas-patio magníficas, hasta su ruina.
Hay por último en algunas otras localidades, y además de todo lo anterior, connotaciones que tienen que ver con la consolidación de zonas de marginalidad social e infravivienda dentro de los conjuntos históricos, que cortocircuitan su desarrollo inmobiliario, turístico o comercial, así como en clave de bienestar social. También sabemos del riesgo de los guetos culturales los habitantes de Loja, porque en materia de problemática de los conjuntos históricos, sabemos por experiencia de casi todas las causas.
Esta exposición de motivos es tan solo un diagnóstico sucinto de lo que constituye un problema estructural -no coyuntural- de muchas localidades históricas de Andalucía, que podríamos relacionar en parte con el relato de la “España vaciada”. Es fundamental entender que esta inclinación hacia lo crítico requiere de soluciones transformadoras, creativas y costosas, y que exige grandes consensos entre los poderes públicos y los agentes sociales e inversores de nuestras ciudades y pueblos.
Aún así viviremos el ejemplo de territorios urbanos irreversibles que nunca volverán a ser lo que fueron, y que deberán reinventarse. Habrá que pensar a lo ancho y a lo lejos, porque aún acertando en todo -si en todo se acertase y se comenzase mañana mismo- las consecuencias de cuanto se haga requerirán de décadas para hacerse efectivas. Manos a la obra de frenar y revertir una tendencia primero, y de generar un proceso transformador a largo plazo después.