Juan Alonso
Gestor Cultural
Nadie gana en Qatar
Estamos celebrando el campeonato del mundo de fútbol en un diminuto país que se llama Qatar, mientras en Occidente se debate la conveniencia -o no- del emplazamiento. Las democracias liberales se interrogan sobre la ética de la concesión de este acontecimiento planetario a un estado teocrático y emiral construido sobre el petróleo y el uso infrahumano de la mano de obra, donde no se respetan los derechos y las libertades que, para nosotros, a esta altura de la historia son elementales.
El hecho es que como “poderoso caballero es don dinero”, los emires qataríes y los altos ejecutivos de la FIFA han acordado jugar a ganar: tú me proporcionas una plataforma mundial para blanquear mi imagen de Estado con pátina de excelencia, y yo te colmo de petrodólares. Hasta aquí creo que nadie se engaña, ni los más forofos del fútbol se atreverían a contradecir la evidencia. Bisnes is bisnes, aunque a veces salga el tiro por la culata.
Tengo la impresión de que en este mundial de futbol no va a salir ganando nadie. No creo que el emirato datilero de Qatar vaya a acabar pareciendo el oasis paradisíaco que no es; más bien al contrario, creo que va a salir multiplicada su imagen de estado dinástico del medievo, la imagen de un territorio jeque que sustituyó a los camellos por el Rolls-Royce, la jaima por el frío industrial y la sabiduría del tiempo por un Rolex de oro.
Creo que en lo que a imagen se refiere, la Fédération Internationale de Football Association (FIFA) tampoco va a salir ganando, si bien esa victoria ética de la imagen nunca ha sido un objetivo prioritario para el paupérrimo “espíritu olímpico” de sus dirigentes, que jamás han sido precisamente barones de Cobertin, sujetos a sospechas de fraude, corrupción y comisiones a tutiplé.
Los heroicos futbolistas, que amenazaron con un desplante político en forma de brazalete arcoíris en los partidos inaugurales de su selección, parecían capaces de plantificar un gesto de confrontación cívica y democrática en la cara del régimen emiral, pero finalmente han quedado como Cagancho en Almagro ante la amenaza de una tarjeta amarilla -que no roja-, porque si no sale gratis, para estos deportistas millonarios el desafío no vale la pena.
La afición futbolera seguidora de los partidos televisados va a quedar como una masa alienada en el “pan y circo” de la pelota, insensible al abuso del trabajador, la violación de la dignidad humana y la humillación femenina. Como una ciudadanía sin sensibilidad social y sin cultura política alguna, insolidaria y taruga. Los frikis de la roja -como los de todos los demás colores del fútbol, cada uno en su idioma- berrearán sus goles embrutecidos y perjudicados.
Finalmente y como contraposición, la sociedad más crítica con lo que está pasando en Qatar, la que reivindica derechos humanos en todos los rincones del planeta, oponiéndose al uso político del fútbol para blanquear dictaduras, tendrá que desvestirse cada noche sin mirar las poco democráticas etiquetas de sus ropajes made in China o Vietnam. O eso, o rasgarse las vestiduras ante la evidencia de su lógica incoherente. Si todos salimos perdiendo, me pregunto quién va a ganar este mundial.