Sergio Piñar Guerrero
Estudiante de Ciencias Políticas
Lo que hemos perdido
Desde que se declaró el Estado de alarma en nuestro país el 14 de marzo de 2020 todos hemos perdido algo: tiempo, dinero, calidad de vida, salud mental, pero lo más valioso que se nos ha ido, sin duda, son las personas que la pandemia se ha llevado por delante. Dicho esto, y sin minusvalorar lo que cada generación ha perdido hoy quiero escribir de lo que mi generación, la llamada generación Z, ha renunciado forzosamente en estos casi dos años
El 13 de marzo de 2020 la sensación en mi clase, y me atrevo a decir que en casi todas las aulas de España, era de incertidumbre y desconocimiento ante lo que se nos venía encima.
Ya sabíamos que el lunes no íbamos a tener clase presencialmente, pero pocos nos imaginábamos que eso se iba a prolongar durante todo el curso y que ese 13 de marzo sería el último día en el que pisaríamos nuestro instituto para recibir clase, por última vez en nuestra vida para algunos y por última vez en ese curso para otros. En este momento ya perdimos algo, clases presenciales; no seré yo quien diga si fue negativo o positivo, según por donde lo mires, pero lo que sí sé es que fue un caos para todas las partes.
Nosotros perdimos un viaje de estudios y una graduación, pero otros perdieron un erasmus que se convirtió en levantarse por la mañana y ponerse delante de una pantalla para escuchar al profesor, los niños tuvieron que pasar de la libreta al teclado en cuestión de horas con unos padres y madres que tuvieron que hacer de maestros.
Aun así nos quedaba una esperanza, una pequeña ilusión, que era empezar en septiembre de nuevo, en principio presencial; y digo en principio porque en la universidad fue así literalmente, solo fue presencial al principio, semipresencial para ser exactos. A las dos o tres semanas de clase el gobierno de la Junta de Andalucía consideró que el aumento de los casos en nuestra comunidad era culpa de los universitarios. Con el paso del tiempo se pudo comprobar que los contagios seguían subiendo y bajando independientemente de que las clases fueran presenciales u online. Pero el coste político a pagar por esta decisión es mucho menor que el de otra más efectiva.
Sin embargo, cuando muchos jóvenes piensan en perder lo primero que se les viene a la cabeza es el empleo, y durante la pandemia mucho más. En 2020 la caída del empleo fue mucho mayor entre los trabajadores menores de 20 de años que en cualquier otra franja de edad; más del 90% de los contratos firmados en el mismo año fueron temporales. Por eso resulta incomprensible que cuando se pretenden aprobar normas y medidas cuyo principal objetivo es atajar la precariedad y la temporalidad en nuestro país haya quienes se opongan por intereses electoralistas.
Pero si algo ha perdido la sociedad española, y especialmente la juventud, ha sido salud mental. No es que lo diga yo, es que lo dicen los datos y lo sabemos todos: el suicidio fue la primera causa de muerte en nuestro país en 2020 entre las personas de entre 15 y 29 años muy por delante del coronavirus; pero esto lamentablemente da para otro artículo.