Abril / 2022 / Juanjo Matas Rosúa
Texto revisado y corregido por Eva Aguilera Parejo
Miguel Cerillo participó, junto con su padre Miguel, el concejal Sánchez Serrano y su hija Bea, en la misión humanitaria que trajo de Polonia a 51 refugiados ucranianos
El lojeño Miguel Cerrillo en su despacho
Que la sociedad lojeña es solidaria es un hecho conocido por todos. Uno de los mayores ejemplos recientes de esta solidaridad se ha plasmado en la misión humanitaria realizada por cuatro lojeños (Miguel, su padre Miguel, el concejal Sánchez Serrano y su hija Bea) junto con 4 chóferes de la empresa de autocares Balerma. Gracias a ella, consiguieron traer a 51 refugiados de la frontera polaca a Loja y ayudarlos a salir del infierno en que se ha convertido Ucrania.
Hace unos días compartimos un café con Miguel para que nos contase cómo vivió el viaje, de casi 7 000 kilómetros, en el que lograron traer a un buen número de familias ucranianas. Este no es el primer viaje de carácter humanitario que Miguel realiza. Hace unos años participó en un voluntariado en África con la ONG Takeli, en Togo. Además, colabora asiduamente con asociaciones benéficas como Cruz Roja o Cáritas.
Bueno, Miguel, ¿cómo surgió esta misión?
La misión comienza tomando conciencia de la situación tan complicada que estaba viviendo el pueblo ucraniano a causa de la guerra. Sin embargo, el punto de inflexión para nosotros fue ver por las noticias cómo la guerra se estaba recrudeciendo y que el ejército ruso comenzaba a bombardear edificios civiles como el teatro de Mariúpol, en el que murieron un montón de civiles, entre ellos niños.
Mientras veíamos estas noticias, mi padre y yo comentábamos que ojalá pudiésemos ir y traernos de ese infierno a algunas familias. Justamente al día siguiente, José Luis Sánchez Serrano llamó a mi padre y le propuso viajar a la frontera con Polonia en un autobús y traernos a toda la gente que pudiéramos. Él ya había hablado con Autocares Balerma para pedir presupuesto y lo tenía todo más o menos planeado. Mi padre no se lo pensó dos veces y le dijo que claro que iba. A lo que yo le comenté que no le iba a dejar ir solo. Además, también iba a viajar con nosotros Bea, la hija de José Luis.
Después de esa conversación, seguimos planeando el viaje. En principio, iba a ser una cosa anónima. Lo que pasa es que José Luis lo llevó a pleno, todos dieron el visto bueno y el Ayuntamiento financió el viaje. Entonces, cobró una dimensión pública.
En cuanto la gente empezó a conocer la misión una ola de solidaridad inundó a toda la sociedad lojeña. Hubo cientos de donaciones y un montón de gente se prestó como voluntaria para empaquetar y clasificar toda la ayuda humanitaria que se estaba donando a través de diferentes vías.
En seguida comenzamos a coordinarnos con todas las asociaciones, voluntarios y hermandades. Se llevó todo a Abades Logística para clasificarlo en cajas (la ropa por un lado, la comida por otro, las medicinas, etc.) y poder cargarlo en el autobús, que lo llenamos hasta los topes. No cabíamos casi ni nosotros. Una vez que estuvo todo listo y el autobús preparado, salimos hacia Polonia.
Foto a la llegada a Loja de las familias de ucranianos
¿Cómo fue el viaje de ida a Polonia? ¿Tuvisteis algún problema?
Fue todo bien. No tuvimos ningún contratiempo. Llevábamos dos acreditaciones humanitarias: una de Cáritas y otra del Ayuntamiento de Loja, por si nos paraban; pero no hubo ningún problema. Estábamos algo preocupados por el tema de la huelga de transporte, por si hubiera algún piquete y nos bloquearan el paso; pero al final todo fue bien.
Una vez que llegasteis allí, ¿qué os encontrasteis? ¿Cómo era el ambiente en la frontera donde ibais a recoger a las familias?
Aquello era enorme. Era un complejo dividido en muchos pabellones. Allí habría más de 100 000 personas en diferentes naves, además de los almacenes, donde se iba guardando toda la ayuda humanitaria.
Lo que sin duda nos chocaba, y aún me pone los pelos de punta, era el silencio y el miedo que se respiraba allí. Mi padre se despistó y se metió en un pabellón donde había un montón de familias, con catres tipo militar para dormir; y me cuenta que se quedó «pillado» al ver a los niños jugando en completo silencio. Imagina una nave repleta de personas y niños en absoluto silencio. Es una sensación difícil de describir. De vez en cuando tengo pesadillas acordándome de esa nave.
Todas las áreas estaban custodiadas por militares. Había personal militar en todas partes. Fue complicado entender dónde debíamos descargar el autobús porque nadie hablaba inglés y, español, aún menos. Fue de gran ayuda que José Luis estuviese en contacto con el cónsul de España en Polonia, porque él nos iba indicando lo que teníamos que ir haciendo. También, de casualidad, vimos a una chica ucraniana, María, que sabía español y que nos ayudó un montón. Ella es traductora y trabajaba en Kiev. Al final pudimos traerla junto con su madre a Loja.
Una vez que conseguimos enterarnos de dónde teníamos que descargar el autobús, fuimos hacía allí; y mientras nosotros bajábamos las cajas, los militares las iban clasificando en los almacenes. Después de descargar el autobús, fuimos a la zona donde la gente esperaba para poder viajar a los diferentes países de acogida.
El ambiente allí también era muy oscuro. Había una especie de mostrador y detrás, unos tornos, como los que se usan en las colas de los parques de atracciones, para ir controlando la gente que salía. Y por supuesto, todo estaba lleno de militares. Recuerdo que había un hombre gritando: «Yo quiero irme. Mi hijo está ahí». Pero, claro, nosotros solo podíamos llevarnos a la gente que estaba en la lista. No podías saber si era verdad que tenía un hijo o si quería usar a un niño para tener más posibilidades de salir como refugiado, ya que se prioriza la salida de familias completas. Eso fue muy duro. En ese ambiente de desesperación la gente hace cualquier cosa para huir de la guerra.
<< Lo que sin duda más nos impactó, y aún me pone los pelos de punta, era el silencio y el miedo que se respiraba allí, ver a los niños jugando en completo silencio. Imagina una nave repleta de personas y niños en absoluto silencio. Es una sensación difícil de describir >> .
¿Y quién elaboró la lista de personas que ibais a recoger?
La lista de refugiados la hizo Cáritas coordinándose con las autoridades españolas y polacas, ya que eran los militares quienes iban leyendo los nombres y contrastando la identidad de los ucranianos con los pasaportes. Había muchísimo control para evitar la trata de personas por las mafias. Y, por supuesto, ni un solo niño salía de allí sin su familia. La prioridad era familias completas. Cuando acabaron de llamar a las personas de la lista, vimos que nos sobraban algunas plazas; ya que se ve que esas personas pudieron salir en otro autobús en el que había hueco.
Tuvimos otro episodio bastante duro con un señor que se metió en el autobús. No estaba en la lista y, al preguntarle, unas veces nos decía que venía con su hijo, otras veces, con su mujer… Era un señor mayor, y se le veía bastante enfermo. Era lógico que en su situación hiciera lo posible por intentar salir de allí y al final también pudo venirse con nosotros. Luego, averiguamos que era catedrático de física de la Universidad de Kiev. Tan solo llevaba libros en su maleta. Nada más. Solo libros.
Entonces, el trato recibido por parte de las autoridades españolas y polacas en la frontera fue correcto.
Sí, sí. Exceptuando un problema que tuvimos con un militar, el trato fue muy correcto. José Luis estuvo en permanente contacto con el cónsul español, nos dio su número personal y nos estuvo ayudando en todo momento. Con las autoridades polacas y los militares, también bien. Fueron en su mayoría muy amables y nos ayudaron mucho.
Familias ucranianas jugando con sus hijos en el parque de la Glorieta
¿Cómo fue el viaje de vuelta?
Hay que tener en cuenta la situación personal y psicológica con la que vienen esas personas. Vienen jodidos y muy tocados. Hace apenas unas semanas, ellos tenían sus vidas, sus trabajos, sus familias… En definitiva, una vida normal y corriente. Es decir, yo me pongo en su lugar y un día te levantas para ir a trabajar y al día siguiente tienes que salir huyendo de tu país, dejando atrás todo, porque están bombardeando tu ciudad… Eso a nivel mental tiene que ser durísimo.
Por eso, durante los primeros contactos, tenían un trato muy frío. Nosotros, cuando parábamos a comer, les decíamos: «Nos os preocupéis, que nosotros pagamos la comida». Pero, claro, ellos son personas autosuficientes, con su trabajo, con independencia económica. ¿Si tú vivieras una situación parecida dejarías que unos desconocidos te pagasen a ti y a tus hijos la comida? Es lógico que tuvieran ese comportamiento. Aunque luego, conforme pasaba el tiempo y confiaban más en nosotros, sí nos dejaron invitarlos a algunas cosas.
Además, su intención no es estar en España para siempre. Ellos quieren volver a Ucrania cuando la situación se calme, aunque son conscientes de que el país puede ser muy diferente cuando regresen. Quizás haya un régimen militar, o también nos contaron que en las zonas fronterizas de Ucrania con Rusia estaban metiendo a ciudadanos prorrusos a vivir en los barrios que antes eran de ucranianos.
<< Supimos más tarde que uno de los señores mayores que se pudo venir con nosotros era catedrático de física de la universidad de Kiev, el hombre solo llevaba libros en su maleta, nada más, solo libros >>
La última noche sí que tuvimos un problema con uno de los niños y con su madre. Al pobre le dio muchísima fiebre y su madre se puso muy, muy nerviosa. Intentábamos tranquilizarla; pero era muy complicado porque venía con muchísima ansiedad y, además, el crío era muy pequeño. Tiene dos años. Una vez que pasamos la frontera con Francia, nos pusimos a buscar una farmacia y el farmacéutico se portó genial con nosotros. Aunque llegamos muy tarde, el hombre entró al autobús y vio al pequeño. Le dijo a la madre que solo tenía fiebre, que seguramente sería un resfriado o una gripe. Al niño le dio paracetamol y Dalsy; y a la madre, una pastilla para la ansiedad. Fue una odisea convencerlo de que se tomara el jarabe.
Al final, me terminé bebiendo yo medio bote para que viese que estaba bueno y que no pasaba nada. Una vez se lo tomó y se le bajó un poco la fiebre, se durmió y seguimos con el camino. Luego, su madre nos dijo usando el traductor del móvil que estaba muy asustada por su hijo y nos daba las gracias por cuidarla. Decía que había tenido que conducir por una carretera llena de minas y por zonas de bombardeos para poder llegar a la frontera con Polonia. Esta mujer venía con dos niños. Es normal que psicológicamente estuviera destrozada, más aún poniéndose su hijo de dos años enfermo sin saber bien que le pasaba.
Luego, también nos dimos cuenta de que una pareja de las que venía traía a su hija como muy tapada. Nos extrañó un poco, pero tampoco le dimos mucha importancia. Al llegar, supimos que tenía parálisis cerebral y que sólo tenían medicación para un día más. Además, tenían que estar en el hospital de Valencia el jueves; por lo que, en cuanto llegamos a Loja, nos pusimos a buscarle un viaje por tren para que estuvieran en Valencia lo antes posible. Llegamos a las 11 de la mañana y a las 12:40 estaban montados en el tren rumbo al hospital. Llegaron sin problema y la pequeña ya está siendo tratada. Esto lo hacían porque ellos pensaban que, si alguno de sus hijos estaba enfermo, ya no íbamos a querer traerlo para España. No nos dijeron que la niña tenía ese problema médico por el temor a que no los dejásemos montarse en el autobús. Es algo que no tiene sentido; pero es lógico que piensen eso, dada la situación de angustia y miedo que viven desde que comenzó el conflicto. Es también una manera de proteger a sus hijos.
Por lo demás, el viaje fue bien. Llegamos sin más problemas a Loja y las familias se quedaron en las instalaciones de los Abades para que los viesen los médicos, y a la espera de ir viendo dónde se iban a quedar y demás.
La niña de una pareja que venía en el autobús tenía parálisis cerebral y solo le quedaba medicación para un día más, además, tenían que estar al día siguiente en el hospital de Valencia porque tenían plaza para la pequeña allí
Y a raíz de eso: ¿Ahora cómo se les ayuda a las familias? ¿Van a ser todas acogidas?
No todas. Algunas se fueron a otras partes de España donde ya tenían familia o amigos. Luego, el tema de la acogida es delicado. Hay que tener en cuenta que son familias que vivían de forma independiente como tú o como yo, que han dejado mucho atrás, que han perdido a familiares y amigos… No es tan sencillo acoger a una familia y darle una calidad de vida digna.
Yo lo que he propuesto es que, si la gente quiere ayudar, se junten un grupo de amigos o de familia y que cada uno ponga, por ejemplo, 50 euros al mes. Entonces, con ese dinero se le puede alquilar un piso a una familia y pagarle lo básico (agua, luz y comida). Así, ellos tienen su espacio, su tranquilidad, mientras van viendo si quieren quedarse aquí a trabajar. También hay que ver cuánto dura el conflicto. Esperamos que no dure mucho más, pero no lo sabemos. La clave es tratar a esas personas con dignidad, darles una calidad de vida decente. Ellos lo único que han pedido es aprender el idioma y que sus niños sean escolarizados.
Por ejemplo, hay un georgiano que es albañil. Le dijimos que aquí hay trabajo de albañil y quiere quedarse en Loja. Si dentro de 6 meses lo veo con su familia y con su trabajo aquí por el pueblo, consumiendo en los negocios de aquí, será algo positivo. Significará que lo hemos ayudado a construir una nueva vida.
Luego, al día siguiente de llegar, fuimos a los Abades y vi al pequeño que se había puesto malo en el bus, ya casi recuperado y jugando con los juguetes que le habían dado. Se acercó y me dijo: «Amigo, yo bien». Y claro, te acuerdas de que la noche de antes estaba tan malito, que llevaba días huyendo con su madre de los bombardeos… Y ahora lo veías tranquilo y jugando, y la verdad es que te sientes bien.
Una última pregunta, Miguel: La verdad es que, en estos tiempos de confrontación política y división, habéis conseguido unir a toda la ciudadanía en torno a vuestra misión. ¿Cómo te hace sentir eso?
La verdad que en este tema ha habido una unión total. No ha habido partidos, ni ideologías, ni ningún tipo de confrontación. Todo el mundo se ha volcado humanamente con estas familias. Se han puesto en su lugar y han visto en su situación un reflejo de sus propias vidas. Eso ha generado un montón de empatía por parte de todo el mundo. Mucha gente me para y me dice: «He llorado viendo tus vídeos». Y eso ha sido por eso, porque han visto que el drama de esas familias podría haber sido el suyo.
Yo pienso que la unión que se ha producido en toda la sociedad lojeña en torno a estas familias ha sido positiva. Es bueno que la gente, de vez en cuando, mire al otro lado y vea que no todo es política, que podemos hacer muchas buenas si nos unimos y dejamos los conflictos a un lado.