Juan Alonso
Gestor Cultural
El regalo improcedente
Desde mi ventana he visto pasar a un señor anacrónico arrastrado por una recua de renos. Acaba de dejar montones de cajas de regalos al pie de los árboles de Navidad en los hogares que se pueden permitir el doblete. Muy pronto llegará también la recua de los monarcas de oriente; sobre dromedarios los procedentes de África y Arabia, sobre un camello el oriundo de la Persia lejana, más allá del Tigris.
Todos ellos son forasteros -de piel diferente y cultura ajena-, pero son bien recibidos porque han venido para marcharse. ¿Qué sería de un diciembre sin los regalos de Santa Claus? ¿Qué de un enero sin el incienso, el oro y la mirra de Gaspar, Melchor y Baltasar?, ¿pero qué sería de un febrero con todos ellos todavía en el salón? Lo de Ámazon es otra cosa, porque ha venido para quedarse.
Este texto ha sido escrito para un día de Navidad con ánimo de provocación, diciendo algo inconveniente: no me gustan los regalos. La bisutería sentimental del regalo es, en gran medida, una manifestación de afecto al servicio de la economía de consumo y la producción de inservibles, y además, extremadamente costosa en términos ambientales. Y ahora llamadme raro.
De los manuales estudiantiles recuerdo algún texto de antropología sobre la intención última del intercambio de dones en las sociedades primitivas. Sobre el regalo y el principio de obligada reciprocidad que lo anima entre los miembros del clan para reforzar gratitudes mutuas; para apuntalar dependencias entre personas y banderías a través de favores, a lo rey emérito.
En la era de la inteligencia artificial el regalo algo tendrá todavía de aglutinante tribal, pero ya es otra cosa. Ahora nos encadena a fidelidades de marca, talla y moda, a la actualización continua de versiones, a garantías por un año, a plazos de devolución y al estatus que otorga una tendencia innovadora de consumo, dominante o alternativa.
El regalo de Navidad no es amor o amistad, es solo tradición de compra exacerbada. Regalos sobre regalos sentimentalmente ineficaces como campanas sobre campanas; sorpresas previsibles incapaces de soliviantar nuestro deseo las más de las veces. Mi torpe robot aspiradora Roomba puede dar fe de ello, o el pack aquel de aseo de 2019 con fragancias de berrea.
Siendo así con los regalos/objeto (sobre el regalo/experiencia podríamos abrir otro debate), el obsequio de Reyes o Santa Claus me parece especialmente odioso cuando implica a un ser vivo con el que apaciguar nuestra inflamación de espíritu navideño. Leo que aproximadamente la mitad de las mascotas regaladas en diciembre acaban siendo traicionadas con el abandono y la intemperie del verano siguiente. Si vais a hacer un regalo de Navidad, mejor un estúpido objeto.
Feliz dos mil veintidós, amigas y amigos del Poniente Granadino.