
José María Martín
Trovador en la Última Frontera
Érase una vez que se era
Érase una vez, un lugar,
donde la gente iba
para su dinero guardar,
y a veces, si era mucho,
tenían rentabilidad.
Érase una vez un lugar,
donde bien te atendían
y si una cuenta te abrías,
algún regalo que otro
a veces a ti, te caía.
Érase una vez un lugar,
donde conocías al director,
al cajero, al interventor,
te trataban como amigo,
y tomaban café contigo.
Todos te saludaban,
un trato amable tenías,
y si algo no lo sabías,
o alguna duda surgía,
te explicaban e instruían.
Tu dinero estaba seguro,
no mirabas ni las cuentas,
había tanta confianza,
que te dejabas aconsejar,
en materia de finanzas.
Pero llego un buen día,
que sonó la voz de alarma,
que se hunden los bancos.
Y el estado fue al rescate,
con los dineros de todos,
evitamos el gran desastre.
Y para que no quebraran,
los que a nadie salvaron,
de todos los españoles,
fuimos y les prestamos
más de cien mil millones.
¿Y cómo nos lo pagaron,
cuando se recuperaron
y volvieron como antaño,
a tener unos beneficios
holgados año tras año?
Pues fue cerrando oficinas.
Desmantelando cajeros.
Subiendo los intereses.
Que tú hagas su trabajo,
y te cobren comisiones.
Solo atienden un par de horas.
Pagan sin que tú te enteres.
Ponen por ingresar o sacar,
comisiones abusivas.
Te cobran por respirar.
Pero lo que más me indigna,
me subleva, me rebela,
es el trato que están dando,
a los abuelos y abuelas.
No manejan los cajeros,
que si la clave, la firma,
que si a débito o a crédito,
la contraseña en el móvil.
Si solo quieren cien euros,
no comprarse un automóvil.
Y no es por los empleados,
que quedaron cuatro gatos,
ellos hacen lo que pueden,
pero sin gente, sin personal,
nada pueden arreglar.
La solución a este despropósito,
la tenemos en las manos,
es apostar por la banca,
que garantice el servicio,
a todos los ciudadanos.
Y el estado tiene que tomar medidas.
Los Gobiernos, del país, de autonomías,
las diputaciones y los ayuntamientos,
tienen en sus manos herramientas,
que son buenos instrumentos,
usarlos para encauzar dislates,
arreglar con entendimiento,
y cambiar tantos disparates.
Pues ¿Cuánto, se paga en nóminas?
De funcionarios locales,
de médicos y de enfermeros,
de maestros, profesores,
de policías, o bomberos.
¿Cuántas facturas se mueven?,
Para pagar carreteras,
folios, papel higiénico,
medicinas, hospitales,
o para arreglar aceras.
Pues aquel que quiera,
participar del pastel,
de mover ese dinero,
esa ingente cantidad,
servicios tendrá que dar.
Y hacer como una subasta,
de los servicios que ofrecen,
abrir nuevas oficinas, cajeros,
en cuántos empleados crecen,
para mover nuestros dineros.
Y si ellos no son capaces,
pues habrá que plantearse,
habrá que darles la réplica,
tener una banca pública,
en la que prime la ética.
Con más acierto que yo,
Ya lo decía Quevedo,
“Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero”
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